SER ÍDOLO, UN ARTE DIFÍCIL EN EL FÚTBOL.
Por: Luz
Mila Torres Ruiz
SER ÍDOLO,UN
ARTE DIFÍCIL EN EL FÚTBOL.
El término de
ídolo en fútbol se utiliza para referirse a aquellos protagonistas que se han
destacado bien sea nacional o internacionalmente, y que son objeto de
admiración por quienes simpatizan con lo que ellos hacen con el balón.
Cada
logro que un futbolista obtiene deja consigo una serie de historias a su favor
interpretadas por quienes forman parte directa de sus éxitos. Existen futbolistas que en uno o dos años logran robarse
el corazón de una hinchada.
Tiempo, hitos,
logros, son algunas de las condiciones que los hinchas o seguidores valoran en
un jugador para elevarlo a la categoría de ídolo, pues todo lo anterior determina el reconocimiento de un futbolista y
eso marca las idealizaciones. Y, además, porque
casi siempre ellos son los actores principales de gestas importantes en sus
clubes. Han consolidado su trabajo dentro y fuera de las canchas, lo cual les
ha permitido ganarse el respeto, la admiración pero sobre todo, la categoría de
ídolos.
En
este aspecto el carisma es una propiedad que los demás sitúan en la persona y
que la transforma en ídolo, y surge a partir de la demostración de ciertas
cualidades de un jugador por sobre el resto, lo cual genera una idealización
irreflexiva acerca de éste.
En
fútbol, lo ideal es que un jugador que se convierta en referente, rinda
disciplina dentro y fuera de la cancha. La conducta debe ser un factor
importante porque, en muchos casos, los futbolistas son imagen para niños y
adultos.
Iván René Valenciano
Sin
embargo, durante años han existido casos en los que pese a ser grandes
jugadores, grandes actores en sus equipos, fuera de la cancha su comportamiento
no es la mejor y uno de ellos, por ejemplo, el más controversial en cuanto a
rendimiento y conducta fue el astro argentino Diego Armando Maradona, quien
dentro de la cancha fue extraordinario, pero fuera de ella su comportamiento
dejaba mucho que desear, especialmente por su reconocida adicción a las drogas
y al alcohol. Y como este, muchos casos más a nivel nacional y mundial.
Hace
años, era más difícil convertirse en ídolo, hoy las redes sociales juegan a
favor de los futbolistas. En el pasado los ídolos marcaban generaciones completas,
hoy día surgen de fenómenos más repentinos, y, por lo tanto, su efecto también
tiende a ser coyuntural y no extrapolable en tiempo y distancia.
En el mundo, especialmente en Colombia, tierra de grandes
contradicciones en todos los aspectos, muchas veces a los ídolos de la noche a
la mañana los “masacran”, por eso quienes los observan desde afuera se
asombran, pero es tan natural quienes lo miran desde adentro.
Ese
jugador convertido en ídolo es el super héroe un domingo y puede ser villano el
próximo. Y en otro escalafón están aquellos hinchas que si el equipo no gana
ese encuentro decisivo, entonces aparece como un fantasma, de esos que surgen
en las historias del estadounidense Jack Sullivan, el poderoso término:
fracaso.
Ejemplos
con respecto a este tipo de cambios emocionales en aquellos que elevan a los
jugadores a la categoría de ídolos, hay muchos.Uno de ellos a nivel mundial,
especialmente en su país de origen, Argentina, el caso más emblemático es el de
Lionel Messi, catalogado el mejor jugador del mundo, ganador de más de 30
títulos, es objeto de las peores críticas, porque no ha alcanzado mínimo tres
finales con la selección de su país. ¿Por qué? Porque los hinchas siempre van a
esperar que sean sus ídolos los que resuelvan todo en la cancha.
Muchas veces cuando esa pelota no entra, pasa por centímetros
cerca del arco; cuando un error de cálculo dentro y fuera del área no se
convierte en gol, enseguida rubrican la cara del jugador-ídolo en las redes
sociales y difunden (viralizan le dicen
ahora) al jugador que encanta a los demás pero que rechaza el hincha porque
siente que su ídolo no le respondió ni a él ni a su equipo. Y surgen otros,
algunos hinchas ajenos al club, sin títulos muchas veces, que se atreven a decir:
“basta de…”.
Es muy común leerlo en el ámbito local, en donde encontramos
ejemplos variados: los ídolos parece no tienen permiso para tropezar y al
hincha, parece, tampoco le importa ni el nombre ni el apellido, ni la gloria
ofrecida. Si hay eliminación del equipo, todos están en deuda y en duda, menos
el ídolo quien por un rato deja de ser
“el crack”, “monstruo”… Y se les
cuestiona todo desde cada rincón: que esta vez no fue el mejor, que debió
patear el penal, que no lo pateó bien, que lo vieron en tal o cual sitio, por
eso no jugó bien… etc y etc. La impresión es inequívoca: al vencido, al que
pierde una, pese a que ha ganado muchas veces más, ni el mejor de los vestidos
le luce bien.
Pasa en todos los clubes y en todas las temporadas; todos esperan
un nivel superlativo de sus ídolos, que sea siempre el mejor de la cancha y que
gane todo. Y si esto no sucede, comienzan las quejas, los problemas que se
transforma, sin dudas, en una presión que no siempre es fácil de asimilar.
Y esos ambientes hostiles que se generan desde múltiples
sectores que van desde los hinchas y periodistas, terminan por alimentar una
presión que empeora la actividad y la vida del jugador. Y lo saben muchos que
son recibidos de vuelta y despedidos otras veces como celebridades históricas y
referentes de sus clubes.
En conclusión el hincha hace parte de una sociedad perdedora
en otros aspectos, pero que no le gusta perder en el fútbol. Y existe otra
situación que va agarrada del tiempo: el hincha no tiene paciencia ni con los
jugadores y menos con los técnicos.
Y esa urgencia, esa necesidad de querer ganar siempre, de
resolver todo inmediatamente, impide aprender de los errores. Esto también pasa
en todos los ámbitos. Desde los entrenadores que si pierden dos partidos seguidos
saben que se van o que la situación se va a complicar porque los hinchas que
asisten a los estadios, y los que no también, van a ver solo la posibilidad de
la victoria. La sociedad del fútbol no soporta perder y, quieran o no es una de
las posibilidades que ofrece todo deporte.
En el fútbol, una de las particularidades tiene que ver con
la intolerancia, con la urgencia manifiesta, la necesidad de ganar, que se
convierte en casi una obligación.
En Europa, por ejemplo, en los equipos más importantes y
famosas, la presión no es tan marcada. Allá saben convivir con la victoria y
con la derrota, allá hay más paciencia con el jugador, sobre todo con aquel que
ha ofrecido cosas importantes, logros a la institución que representa. Esto es
lo que les permite jugar con más calma y sin presión.
A los ídolos, que casi siempre son esos referentes de los
equipos, las caras más visibles de los planteles, en ves de disfrutarlos y
valorarlos mientras existan para el fútbol los convierten en héroes o villanos
de la noche a la mañana. Literalmente son devorados por críticas, muchas veces,
destructivas.
Los ídolos nunca responden a características propias del
jugador o estrella que sea, sino a la
proyección que sobre ellos se realiza en busca de modelos ideales que funcionen
siempre como referentes, más allá de que jueguen bien o mal al fútbol.
Los hinchas construyen ídolos sobre los cuerpos y las vidas
de personas que en ese mismo acto pierden su singularidad para convertirse en
lo que el hincha necesita que sea. Por eso, a veces ni la vida personal de ese ídolo respetan, y por
eso creen que este debe estar dispuesto para ellos siempre.
Es que toda idealización, por un lado, expresa carencia, y
por el otro, frustra cualquier instancia intermedia. Y es tal la exigencia
superlativa con el ídolo que muchas veces genera o bien frustración o bien un
cúmulo de excusas justificativas que celebran del ídolo hasta lo incelebrable
de él.
Teófilo Gutiérrez
Héroe o villano, nadie puede ser perfecto y más cuando son héroes y villanos al mismo tiempo, por eso, ser ídolo es todo un arte en el fútbol, definitivamente. Pero al final siempre, detrás de tantos roles extremos, con tanto marketing futbolístico, siempre habrá una persona que se dedicó a jugar fútbol, como otro a la ingeniería, a la medicina, al periodismo o simplemente a ser un comerciante independiente. Y todos, cada uno en su profesión, merece respeto por encima de sus aciertos o desaciertos.
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