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La gran victoria de Santa Marta.


       Vista parcial del Parque Bolivariano de Santa Marta, uno de los más importantes legados que le quedan a la ciudad.

En febrero de 2013, al alcalde de Santa Marta, Carlos Caicedo Omar, en vista del atraso deportivo de la ciudad, se le ocurrió la idea de pedir la sede de los Juegos Bolivarianos del año 2017, con el doble propósito de buscar un motivo para generar un movimiento que despertara la conciencia ciudadana alrededor de la actividad física y de altos logros y de dotar a su ciudad de verdaderos escenarios para la práctica y la competencia.
Su idea parecía loca, como la brisa de Santa Marta, y debió enfrentarse a la incredulidad y hasta a la resistencia de un poderoso sector de la clase política samaria, con la cual se enfrentó y derrotó.
Estadio de fútbol Sierra Nevada
Y como dice la canción del samario Rolando Sánchez, dedicada a La Loca, la brisa de Santa Marta, “Tumba, que tumba, que tumba los palos/tumba, que tumba, que tumba los muros”, Caicedo debió derribar obstáculos para empezar a atravesar laberintos y puertas, con el propósito de llegar a una meta bastante difícil de alcanzar, porque sólo existía su voluntad y la de unos pocos amigos que le creyeron, pero nada -escenarios y recursos- para sustentar el sueño.
Patinódromo
Primero derrotó a otras regiones colombianas, para recibir el aval del Comité Olímpico Colombiano y ser la ciudad candidata por nuestro país, en la contienda que en noviembre de 2013 definiría la Organización Deportiva Bolivariana. A Trujillo, en el Perú, llegó una delegación liderada por el alcalde Caicedo, con un tímido respaldo de la administración de entonces de Coldeportes, a nombre del gobierno nacional. Dos argumentos fueron tenidos en cuenta por la ODEBO para otorgarle la sede: el entusiasmo del grupo samario que llegó hasta la asamblea y la ausencia de rival, porque Ciudad Bolívar, de Venezuela, la otra candidata a hacer los Juegos, se retiró pocas semanas antes.

Estadio de béisbol
La historia se repitió como cuando Alberto Nariño Cheyne, en Berlín 1936, luego de lograr la aprobación de los Juegos Bolivarianos por parte del Comité Olímpico Internacional, para hacer la primera edición, dos años después en Bogotá, al regreso se encontró con el enorme compromiso de crear unos Juegos Olímpicos en miniatura, para seis naciones del área bolivariana, en una ciudad como Bogotá, que era un completo desierto deportivo, es decir, sin escenarios ni una dirigencia experimentada, y aún así logró su objetivo.

                                                          Estadio de rugby
Caicedo también se encontró con la nada y algo adicional: la resistencia de un sector del poder samario. Adicionalmente, los recursos de Coldeportes no fluyeron como era debido, para solucionar tan graves problemas por la ausencia de infraestructura, lo que retrasó mucho más el comienzo de las obras.

Complejo acuático
Entretanto, el grupo de apoyo a las tareas previas de organización se fue engrosando gracias al Comité Olímpico Colombiano, liderado por Baltazar Medina, su presidente; por Ciro Solano, entonces primer Vicepresidente y luego secretario General; por el también samario Paulo Villar Nieto, representante de los atletas en el COC; por el nuevo alcalde, Alejandro Martínez, y por otras fuerzas locales, que lograron que el compromiso dejara de ser sólo de ciudad y se convirtiera en compromiso de la región Caribe.Pero faltaba el impulso nacional.
Entonces se produjo el primer cambio brusco: en la dirección de Coldeportes fue nombrada la primera mujer en la historia, Clara Luz Roldán, quien desde su posesión se sintonizó con el Comité Olímpico Colombiano y con las necesidades de la ciudad, para montar el complejo sistema de escenarios, que pudieran responderle a la ODEBO y a los ahora 11 países miembros.
Coliseo Menor
En mayo de 2016, ya con el nuevo Coldeportes a bordo, el horizonte no era alentador, porque aunque existían recursos, el tiempo era escaso para construir 10 obras, renovar otras y agregar aquellas en beneficio de la ciudad.
Comenzó entonces la carrera contra el reloj, que debía terminar antes del 11 de noviembre, día de la inauguración de los Juegos. Durante todo este periodo, y a pesar de las dudas matemáticas que existían, el Comité Olímpico Colombiano y la ODEBO brindaron respaldo total y acompañamiento a Santa Marta.
Pero triunfaron la fe, la perseverancia y, ante todo, el disciplinado y serio trabajo realizado por el Comité Organizador, porque, a pesar de algunas falencias mínimas, los escenarios, de primerísima categoría, estuvieron listos y adecuados para cumplir con la nutrida programación.
De la misma manera, Santa Marta logró poner en marcha una organización a la altura de certámenes múltiples como unos Juegos Bolivarianos, para responderles a los 11 países presentes, con un certamen de gran categoría.
Por eso, la Perla de América, Santa Marta, considerada una de las ciudades colombianas con mayor desarrollo en los últimos tiempos logró con los Juegos Bolivarianos, los efectos propios del deporte al servicio del desarrollo, como ha ocurrido en tantas oportunidades más, porque los escenarios deportivos siembran desarrollo urbano a su alrededor, como ocurrirá con el Parque Bolivariano, en donde están la mayoría de los escenarios, que motiva a mejorar un sector de la ciudad, y la zona de Bureche, un inmenso bosque en donde se construyeron, el estadio de fútbol, uno de los más bonitos y modernos del país; el de atletismo, dotado de todas las especificaciones necesarias para grandes eventos del deporte base, y la pista de bicicross, que generó los mejores comentarios de los deportistas que volaron sobre dicha cinta. A partir de ahora y gracias a las vías de comunicación de alta gama que fueron construidas, la ciudad se extenderá hacia sus escenarios deportivos, eso sí, sólo si las autoridades generan un movimiento serio y responsable para ponerlos al servicio de los jóvenes talentos samarios, para lograr ese desarrollo deportivo tan esperado en la región. De lo contrario se convertirían en elefantes blancos y los Juegos Bolivarianos, en una pintura histórica en la cual se reunieron atletas de varios países para dar vida a un certamen deportivo y fraterno, plasmado en los registros, y nada más.


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